domingo, 27 de noviembre de 2011

Disidentes

No está bien visto. No señor. Discrepar de la mayoría, de nuestra propia mayoría, de esa a la que pertenecemos, o creímos pertenecer, tan cargada de razones, tan a resguardo del número y del  calor con que la multitud abriga a quienes en ella encuentran, buscándolo o no, cobijo y amparo, no está bien visto.
Con lo claro que está todo. Cómo es posible que haya quien piense distinto. Qué mente retorcida puede albergar semejantes dudas. Porque la verdad no tiene más que un camino, oiga. ¿O no? Pues siempre hay alguien. Siempre. Siempre hay una voz discordante. Alguien que hurga con la patita y remueve el fango del fondo para enlodarlo todo. Hace falta ser retorcido. Afán de notoriedad, fijo. Y ganas de ensuciarlo todo sembrando dudas y discordia. A qué fin. Qué salen ganando, porque algo... Cualquier cosa se merecen, lo que sea. Después, si les parece, se quejan. Que les persiguen, dicen. Que les acosan. A ver qué quieren, si se lo ganan a pulso...
Menos mal que no todos son así, qué va. Menos mal que hay gente fiel que cumple los deseos de otro alguien sin necesidad de que los manifieste, sabiendo qué es lo que de él se espera. Su recompensa es sentirse masa, sentirse acogidos y aceptados, una palmadita en la espalda, un martirio a sueldo en el momento oportuno...
A lo que íbamos.


Nada parecido a ser disidente de no importa qué idea. Sobre todo porque suele significar espíritu crítico hacia lo que uno mismo ayudó a construir, hacia lo que uno pensó que llegaría a ser su idea de las cosas, en lo que uno creyó.
Pero no. Algo se torció por el camino y nada llegó a ser lo que debía. Al alzar la voz para avisar, no era esto, no era esto, te topas con el muro de la mayoría y sus intereses ya devengados. O de vencimiento a plazo fijo. Y tu voz incomoda y causa malestar. Al otro lado del muro.
Ser capaz de percatarse del error, de identificar al menos “lo que no debería ser” se convierte en una condena. Puede evitarse negando la mayor y convirtiéndose en la voz oscura interior, vergonzante y fácil de conformar con razones aparentes. Hay que elegir. Tienes que elegir.
Ya está. Ya eres disidente.
Y frente a la razón única y axiomática que une y amalgama a la mayoría, a esa a la que un día perteneciste, las mil diferentes ideas y conceptos sobre lo que debería ser. Mil disidencias, mil formas distintas de disentir que a duras penas consiguen unificar su voz. Otra vez lo que debería ser frente a lo que es. Entre la ortodoxia y la disidencia pura, igual que entre dos números enteros, cabe una gama infinita de ideas y matices. Todas ellas disidentes frente a la exactitud del dogma.
Triste, ya ven. Pero, no vayan a creer, hay algo más triste, mucho más, que ser disidente. Y es no serlo cuando se tienen razones para ello.


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