jueves, 29 de marzo de 2012

domingo, 25 de marzo de 2012

Matar al navajo








(Lo leí recientemente en la prensa, o lo escuché sabe Dios dónde. Parece ser que los códigos cifrados de los Americanos, durante la segunda guerra mundial, se basaban en la lengua de los Navajos, conocida por no más de una treintena de personas. Cada división americana tenía su “navajo” y la orden era “matar al navajo” para impedir que cayera en manos del enemigo y con él el código.)
           
            Guardamos celosamente nuestro fuero interno. Lo codificamos y destruimos la clave, o la guardamos cuidadosamente en el interior de nuestro interior. Necesitamos, parece ser, una coraza frente a esta ley de la selva en la que dejar translucir la más mínima debilidad puede significar sufrimiento.
            Sólo muy de cuando en cuando, bajamos las barreras, las defensas, y permitimos que algo o alguien capte la verdadera esencia de nuestra forma de ser, de nosotros mismos. Acabamos casi siempre decidiendo que no mereció la pena y experimentamos traición o desengaño. Y como un miembro retráctil, más doloridos e inseguros si cabe, volvemos a enclaustrarnos, a encerrarnos en una espiral interna. Nuestros sentimientos viven en la clandestinidad.
            Seguimos codificando los mensajes que nos relacionan con nuestro entorno y nos encontramos sumergidos en un magma hostil y nuestros mensajes van, claro, codificados en una clave oscura e impenetrable. Creemos estar defendiéndonos. Las sonrisas no lo son; los agradecimientos, tampoco; nuestras metas, ficticias (por inconfesables); nuestras opiniones, tasadas y medidas; nuestros anhelos, amordazados; nuestros sentimientos, reprimidos… Y ante el peligro de que nuestro código se descubra y nos deje al descubierto, desprotegidos e indefensos ante los demás, no dudamos un momento en “matar al navajo” antes de que caiga en manos del enemigo. Con tal de no dejar al descubierto nuestra intimidad, antes de dar muestras de la más mínima debilidad, evitamos confiar en los demás, confiarnos a los demás y preferimos anular el mensaje, negarnos a nosotros mismos, perjurar de esa parte que preferimos ajena y sentirnos así un poco más seguros, aunque asustados y llenos de temores.
            ¿Quién no ha sentido alguna vez la sensación, real o ficticia, de haber descifrado el código, de haber capturado al “navajo” de otro? ¿No hemos sentido ese equívoco poder, esa sensación de dominio?
            A veces el mensaje es tan claro que la clave no existe, no hay navajo a quien capturar y sentimos la sospecha como una aguijada en el costado. Desconfiamos del mensaje y desconfiamos de su sinceridad.
          Quizás sentimos un poco de vergüenza ajena y nos preguntamos si todavía es posible andar por ahí, por la vida, si es posible sentir todavía el genuino sabor de la autenticidad, de lo ingenuo, de la felicidad, de la dicha, y expresarlo sin que se transforme indefectiblemente en un boomerang que, más tarde o más temprano, nos hiera y nos haga sufrir.



martes, 13 de marzo de 2012

Libros, libros, libros.


Hallé este listado en un blog llamado "Lists of notes" y os lo presento traducido. Yo lo encontré curioso y sugerente. No sé vosotros...




La librería

El libro de Italo Calvino, de 1979, “Si una noche de invierno un viajero”, es una novela que te mira a ti, el lector, intentando comprar y leer la novela de Italo Calvino “Si una noche de invierno un viajero”. En un pasaje concreto del primer capítulo de la historia, se hace un listado de los siguientes tipos de libros cuando navegas por la librería, tratando de localizar los de Calvino.

(Fuente: “Si una noche de invierno un viajero”, via Michael Vinson; Imagen: vía MorCB en Flirkr.)


--Libros que no has leído.
--Libros que no necesitas leer
--Libros hechos para propósitos distintos a leer.
--Libros leídos incluso antes de abrirlos dado que pertenecen a la categoría de libros leídos antes de ser escritos.
--Libros que si tuvieses más de una vida también leerías ciertamente pero por desgracia tus días están contados.
--Libros que tienes intención de leer pero hay otros que tienes que leer antes.
--Libros demasiado caros ahora  y que esperarás a que estén a tu alcance.
--Libros a esperar que aparezcan en rústica.
--Libros que puedes tomar prestados de otros.
--Libros que todo el mundo lee y que es pues como si también los hubieras leído.
--Libros que has estado planeando leer durante años.
--Libros a los que les has querido echar el guante durante años, sin éxito.
--Libros que trata de algo en lo que estás trabajando en este momento.
--Libros que deseas poseer y que por lo tanto ni los prestas por si acaso.
--Libros que podrías apartar quizás para leer este verano.
--Libros que necesitas tener junto a otros libros en tus estanterías.
--Libros que te llenan de una repentina e inexplicable curiosidad no fácilmente justificable .
--Libros leídos hace mucho tiempo que es hora de releer.
--Libros que siempre has pretendido haber leído y ahora es tiempo de sentarse y leerlos de verdad.
--Libros nuevos cuyo autor o tema te atrae.
--Libros nuevos de autores o temas conocidos (en general o para ti, en concreto).
--Libros nuevos de autores sobre temas completamente desconocidos (al menos para ti.


jueves, 8 de marzo de 2012

El enemigo



            Salía Gila al escenario, el genial Gila, disfrazado de soldao chusquero, que se notaba que se le había pasado el reemplazo hacía décadas. Llevaba casco por si las moscas. Y es que Gila era muy precavido. Sabía quién era el enemigo. Y, mire usted, le prestaba un merecido respeto. La policía de Valencia también sabe quién es el enemigo, pero se disfraza de otra cosa. Llevan puesta la democracia en la frente, pero se nota que es pegada y al menor conato de sudor se les despega. Y ya se sabe que pegar y despegar sólo quiere empezar. Así que otra vez a pegar. No esperan a salir del cine para avanzar, ni le dicen al enemigo cuántos son y así a Gila le entran dudas acerca de quién es la lagarterana de bigote.
            Tratar de “enemigo” a los estudiantes que se manifestaban contra los recortes en educación es un disparate que nos retrotrae a muchos años atrás. No se trata de un lapsus, como algunos quieren hacer ver, sino de un ataque de sinceridad que se produjo en el lugar inadecuado. Se dijo en voz alta lo que de verdad se pensaba, que no digo yo que no fuera sincero el jefe de policía, y resulta que había gente escuchando. Estoy seguro de que ni siquiera se percató de la atrocidad que acababa de pronunciar en román paladino. Es más, dudo mucho de que haya habido acto de contrición, arrepentirse de qué, a ver qué se han creído éstos. Reconocer que para la policía cualquier ciudadano puede alcanzar con tan poco semejante categoría (ser manifestante no es, no debería ser, ser enemigo de nadie) pone de manifiesto que la transición no ha acabado. Seguimos ahí, anclados en el pasado. Es el día de la marmota.
            El señor Rajoy lamenta la imagen que se da de España. Pero no aclara qué hecho concreto es el que, según él, produce esa mala imagen y la proyecta allende las fronteras patrias. Los estudiantes que se manifiestan reivindicando menos recortes en la enseñanza pública / La policía repartiendo leña a diestro y siniestro. No estaría mal que nos explicara cual de los dos es la imagen que lamenta.
            El señor Wert daba el pego en las tertulias de la tele. Allí iba de majete y de colegui. Pero fíjate tú lo que son las cosas. Ya no. Ya no va de majete y sus coleguis son quienes son y a ti te encontré en la calle. Con llamar violentos a los chicos, arreglado. Esperaos, majos, que os voy a recortar lo que no pensáis.
            No sé si recuerdan ustedes la “guerra del pimiento”. Allá por Ribaforada. Bueno, eran otros tiempos, dicen, y los agricultores se manifestaban pacíficamente y pensaban que aquellos jeeps que llegaban y aquellos maderos que bajaban y que se les iban acercando no les podían hacer nada porque lo que pedían era de justicia. Eran gente de paz que pedía lo justo. Hasta que alguien pulsó el botón de repartir candela y los agricultores de la Ribera aprendieron a correr a cruzacampos con la boina incrustada a golpes y vergüetazos por todo el cuerpo. ¡Coño! ¡Quién iba a pensar…! Ellos no lo sabían, pero eran “el enemigo”.
            Bueno, pues Gila, volverá a llamar por teléfono. A mí me gusta más cuando cuenta lo de la operación de estética de su tía soltera, que le iban a quitar veinte años y al final le dejaron la cara del mes pasao. A la policía le pasó al revés. Digo, en lo de la estética.