domingo, 25 de marzo de 2012

Matar al navajo








(Lo leí recientemente en la prensa, o lo escuché sabe Dios dónde. Parece ser que los códigos cifrados de los Americanos, durante la segunda guerra mundial, se basaban en la lengua de los Navajos, conocida por no más de una treintena de personas. Cada división americana tenía su “navajo” y la orden era “matar al navajo” para impedir que cayera en manos del enemigo y con él el código.)
           
            Guardamos celosamente nuestro fuero interno. Lo codificamos y destruimos la clave, o la guardamos cuidadosamente en el interior de nuestro interior. Necesitamos, parece ser, una coraza frente a esta ley de la selva en la que dejar translucir la más mínima debilidad puede significar sufrimiento.
            Sólo muy de cuando en cuando, bajamos las barreras, las defensas, y permitimos que algo o alguien capte la verdadera esencia de nuestra forma de ser, de nosotros mismos. Acabamos casi siempre decidiendo que no mereció la pena y experimentamos traición o desengaño. Y como un miembro retráctil, más doloridos e inseguros si cabe, volvemos a enclaustrarnos, a encerrarnos en una espiral interna. Nuestros sentimientos viven en la clandestinidad.
            Seguimos codificando los mensajes que nos relacionan con nuestro entorno y nos encontramos sumergidos en un magma hostil y nuestros mensajes van, claro, codificados en una clave oscura e impenetrable. Creemos estar defendiéndonos. Las sonrisas no lo son; los agradecimientos, tampoco; nuestras metas, ficticias (por inconfesables); nuestras opiniones, tasadas y medidas; nuestros anhelos, amordazados; nuestros sentimientos, reprimidos… Y ante el peligro de que nuestro código se descubra y nos deje al descubierto, desprotegidos e indefensos ante los demás, no dudamos un momento en “matar al navajo” antes de que caiga en manos del enemigo. Con tal de no dejar al descubierto nuestra intimidad, antes de dar muestras de la más mínima debilidad, evitamos confiar en los demás, confiarnos a los demás y preferimos anular el mensaje, negarnos a nosotros mismos, perjurar de esa parte que preferimos ajena y sentirnos así un poco más seguros, aunque asustados y llenos de temores.
            ¿Quién no ha sentido alguna vez la sensación, real o ficticia, de haber descifrado el código, de haber capturado al “navajo” de otro? ¿No hemos sentido ese equívoco poder, esa sensación de dominio?
            A veces el mensaje es tan claro que la clave no existe, no hay navajo a quien capturar y sentimos la sospecha como una aguijada en el costado. Desconfiamos del mensaje y desconfiamos de su sinceridad.
          Quizás sentimos un poco de vergüenza ajena y nos preguntamos si todavía es posible andar por ahí, por la vida, si es posible sentir todavía el genuino sabor de la autenticidad, de lo ingenuo, de la felicidad, de la dicha, y expresarlo sin que se transforme indefectiblemente en un boomerang que, más tarde o más temprano, nos hiera y nos haga sufrir.



2 comentarios:

Felipe Tajafuerte dijo...

Ayer te conocí en la clase de Pepe Alfaro a la que acudiste a darnos unos consejos. Fue interesante. He echado un vistazo a tu blog y aquí me quedo.Como me ha gustado lo que he visto te he colocado entre los blogs recomendados en el sidebar del mío.
Un saludo desde mi mejana

Manuel Arriazu dijo...

Buenas tardes, Felipe. Gracias por visitar el blog y por tus comentarios. En realidad lo tengo un poquito descuidado, pero seguiré añadiendo entradas de temas que me parecen interesantes (además de pequeños artículos y otras cosas relacionadas con esto de escribir...)
Me alegra saber también que mis experiencias pueden ayudar a otros. Pepe fue muy amable al darme la oportunidad de hablaros.
Visitaré tu blog (ahora ando un poco liado, pero prometo echarle un vistazo a fondo...)
Gracias de nuevo.