domingo, 2 de diciembre de 2012

Cuento de Navidad (2012)



       

     Querella

--A ver, que yo me entere, lo que quieres es denunciar al ayuntamiento.
--No, al ayuntamiento no.
--Bueno, es lo mismo, a la comisión de la cabalgata de reyes.
--Que no, que no, que no...
            Es decir, que no, que lo que don Higinio Roca quiere es denunciar al rey Melchor. Así, para qué andarse por las ramas, ya se lo ha repetido cien veces.
--Pero, hombre de dios, a quién se le ocurre.
--A mí.
            Sí señor, a don Higinio Roca, a él se le ha ocurrido. A él solito, sin ayuda de nadie.
            Es don Higinio un cliente habitual del bufete. Un buen cliente. Pero es más que eso, mucho más. Es un amigo. De toda la vida. Amigo de toda la vida de don Armando, el socio principal del despacho. De modo que es él quien le atiende con paciencia casi infinita y una inquietud creciente que no consigue concretar. Porque la intención de su cliente y amigo se le antoja un desvarío atroz. Denunciar al Rey Melchor. Van a salir en los papeles, seguro. Van a ser la comidilla.
            Le ha escuchado su relato con aprensión. A don Higinio Roca, mientras presenciaba la cabalgata de reyes con sus nietos, le alcanzó una andanada de caramelos. Aún se le nota el chichón, ahí, justo en la frente. Y las gafas rotas. Lo peor es que no hay quien le quite de la cabeza que nada fue fortuito, que intención hubo. “Tendrías que haber visto cómo me miró”. “Quién”. “Quién va a ser, el rey Melchor”. De nada sirve que se le recuerde que él, como todos, gritaba “aquí, aquí” levantando los brazos.
--Y tú cómo lo sabes.
--Higinio, que siempre lo haces, como todo el mundo.
            Bueno, pues a él le da igual, él lo que quiere es empapelar al rey Melchor.
            Don Armando, socio fundador del bufete y persona cabal, consigue finalmente aplacar el instinto vengador de su amigo con la promesa de estudiar el caso, sopesar las posibilidades que le brinda la jurisprudencia y, si es oportuno (lo será, lo será, pronostica don Higinio), interponer ante los tribunales competentes la correspondiente denuncia. 

            Pero don Armando sabe ya que no va a ser el caso. Que no puede ser. Mejor, que no debe. Y eso a pesar de que don Higinio tiene razón, un poquito de razón, no toda. Que sí, que don Armando sabe que hubo algo de intención, no mucha, de cascarle el caramelazo. Sin hacer daño, entendámonos, sin hacer mucho daño. Las gafas se rompieron al caer, de eso él no tiene la culpa. Nada, eso se arreglaba con cuatro perras. Lo del chichón, lo del chichón, piensa riendo para sus adentros, eso sí que no tiene precio. Porque, para qué nos vamos a engañar, la intención fue esa, sin querer hacer sangre, desde luego, eso no. Pero... Nadie mejor que él para saberlo. Anda que no gozó detrás de las barbas.
     Manuel Arriazu




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