Perro viejo
Por eso aquella tarde, cuando vio llegar al pastor con aquel cachorro enredándose zalamero a sus pies, supo que algo estaba cambiando. Eres viejo, le dijo el pastor aquella noche, y sabes mucho. Eres un buen perro pastor. Quiero que le enseñes. Es joven e impetuoso, pero aprenderá. Ten paciencia. Nos ayudará.
Y comenzaron unos largos días en los que el viejo perro
empeñaba más energías en deshacer los entuertos del aprendiz que en el propio
trabajo. Pero al poco no le importaba ya porque parecía como si el perrillo
aquel que tan ligero aprendía, hubiera estado allí desde siempre. Aunque había
algo que le hacía barruntar algo inconcreto, final, puesto que últimamente no
era él sino el discípulo quien cargaba con la mayor parte del trabajo. Y lo
hacía bien.
Otra tarde, mientras el viejo pastor
preparaba la cena en el rescoldo de la chimenea, apareció el amo. Le acompañaba
un zagal de tez morena y gesto entre curioso y asustado. El amo le habló al
viejo pastor. Te estás haciendo viejo, Matías, le dijo, y necesitas ayuda. Eres
un buen pastor y sabes mucho. Quiero que le enseñes. Es joven y algo
atolondrado, pero aprenderá. Ten paciencia. Nos ayudará.
El viejo pastor asintió en silencio.
El muchacho se puso a acariciar a los perros y a juguetear con el cachorro. Hubo un momento, cuando el amo ya se
iba, en el que todos le miraron y todos pensaron, aunque ninguno de ellos se
atrevió a decirlo, que el amo estaba viejo.
Manuel Arriazu (del libro "Animalicos")
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