sábado, 5 de noviembre de 2011

Cultura

            La cultura, en el más amplio sentido y acepción de la palabra, y en todos sus diferentes modos y manifestaciones, viene de serie, en su letra pequeña, con numerosas contraindicaciones y un manual de uso plagado de advertencias, puntualizaciones, peculiaridades que siempre acaban por afectar a su modo de empleo y a su dosificación, excepciones más frecuentes y, sobre todo, sobre todo, un plano detallado en el que destacan las líneas de puntos que se inician en la imagen voraz de una tijera con la boca abierta de par en par.
            Las instrucciones de uso, en todos los idiomas nacionales, autonómicos, regionales y locales son claras. Cortar por la línea de puntos. Y todos lo entienden. A la primera. Siempre ocurre que hay quien halla oportuno y necesario ponerse a la tarea y, ya puestos, irle dando por donde más duele sin importar demasiado salirse de la línea por lo grueso o acabar dándose un garbeo al cruzado, que tampoco se va a notar demasiado. Siempre habrá quien aplauda. Para vacas.
            Hablar de cultura en los discursos y mítines queda bien. Queda muy bien. Los políticos, en sus diversas subespecies lo saben y se aplican. Ellos, desde siempre han pensado que la cultura es la base de una sociedad democrática y avanzada. Eso dicen.
            Pero en cuanto comienzan a venir cruzadas, asoman el hocico. Y, aunque desde luego, siguen pensando igual, saben explicar muy claro, muy muy claro, las razones de su postura y opinión. “No es indispensable argumentar el peso y la significación de estos problemas ya que un relanzamiento específico de todos los sectores implicados permite en todo caso explicitar las razones fundamentales de las direcciones culturales en el sentido del progreso”. Y respiran hondo. Pero pecaríamos de falta de perspectiva si no tuviéramos en cuenta que el desarrollo continuo de distintas formas de actividad implica el proceso de reestructuración y ajuste de las condiciones financieras y administrativas existentes. Y respiran hondo. “Por otra parte, y dados los condicionamientos actuales, la ejecución de determinados programas obstaculiza la aplicación directa de actuaciones específicas y de toda una serie de criterios culturalmente sistematizados para una acción regeneradora”. Y se quedan tan anchos. Más claro, agua.
Desde luego el loro se queda sin chocolate. Luego diremos que el loro grita, que es soez, que no se comporta de un modo políticamente correcto y que no son formas. La cultura se queda siempre con una mano delante y otra detrás. Pero (ya lo presentía el poeta) lo nuestro es tapar. No llegan las manos, no son suficientes, y las vergüenzas al aire. Sólo la voluntad personal de quienes de verdad creen en la cultura, en aquello en lo que desde siempre han invertido esfuerzos y desvelos, acierta a disimular la desidia de quienes pronuncian palabras como arroz hinchado.
            Le queda a uno entonces la duda más que razonable de andar haciendo el caldo gordo a esos mismos que siguen diciendo lo importante que es la cultura y lo bien que lo hacen los grupos culturales de su localidad. Y que ellos, por supuesto, valoran en lo que vale ese desvivirse, que algo así no se paga con dineros. Y mira tú por dónde, esta vez lo cumplen, lo de no pagar. De ninguna manera. Con dineros ni pensar.


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