lunes, 5 de diciembre de 2011

Piedras


Si, inopinadamente, encuentras de pronto la rara virtud de las piedras, sospecha. Cierto es que no mienten, ni yerran, que no abren su boca, ni asienten, ni niegan… Ya que a fuerza de callar la suya pueden mantener opinión cualquiera, han de parecer certeras; dado que no dan ni prometen lo que dar no pueden, ni quieren siquiera, casi son perfectas. Así hay quien encuentra sutiles sus juicios (insondables, claro, por inexistentes) y anotan en su haber la virtud valiente de no lastimar con su verbo. Lenguaje de paz extraña traen las piedras, paz de lápida. Paz de lenguaje extraño traen las lápidas, paz de piedra. Su humilde pudor guarda sellada su boca y atesora así, intacta, la enorme virtud que alberga su alma. Reservada, sigilosa, discreta, cautelosa, prudente, decorosa… ¿Quién da más que una piedra? ¡Qué más da que ni vivan, ni esperen, ni sientan, ni amen, ni sufran, ni anhelen, ni sepan...! Todas ellas esconden adentro, muy adentro, su alma de piedra. Si acaso algún día te seduce el brillo de un alma de éstas, vigila, no sea que mudes en fósil tu más íntima esencia.

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