“11. Un cuento sabe cuándo finaliza y se encarga de manifestarlo. Suele terminar antes, mucho antes que la vanidad del narrador.”
Del nuevo decálogo de Andrés Neuman.

Desde luego el cuento sabe cuándo finaliza, cuándo debe finalizar. Es cierto también que se encarga de ponerlo de manifiesto. Pero el oído debe estar acostumbrado y alerta. En caso contrario el cuento se desgañitará, se retorcerá de dolor de tripas... pero no nos enteraremos. Es la sensación, educada en interpretar matices y signos apenas perceptibles, la que debe guiar al que escribe. Y eso, amigo, es toda una vida de ensayo y error (casi tantos errores como intentos, no nos vamos a engañar). Además, por si no fuera suficiente, hay cuentos mudos. Si saben algo respecto a su remate, se lo guardan bien guardado. Así nos va.
La segunda parte del mandamiento habla de la vanidad del narrador e, interpreto, de cómo suele influir en ese no escuchar al cuento que se desgañita pidiendo un final, que ya está bien. Pero el escritor, por una vez, ha encontrado la voz y siente que podría seguir hasta el final de la resma. Se corre el peligro entonces de demorar el final de algo que debió terminar folios atrás. Todo por vanidad. Bueno, no sé si en realidad es vanidad, que bien podría ser otra cosa, ya digo.
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